Bah! una novelucha romántica!
Debo reconocer que eso fue lo primero que pensé. Ni siquiera me atraía de ella el hecho de llevar una sobrecubierta indicando que había sido un gran éxito de ventas, al fin y la cabo «Crepúsculo» y «50 Sombras de Grey» han sido best-sellers, y no son de mi agrado precisamente.
Me lo regalaron por mi 32 cumpleaños, los compañeros del curso de Arquitectura Interior, y me sentí en la obligación de leerlo, así que lo llevaba todos los domingos al mercadillo; y de nuevo entono el «mea culpa» al admitir que durante muchas semanas el libro simplemente fue peso muerto entre los trastos. Ahí estaba, sin pena ni gloria y yo no me animaba a abrirlo.
Finalmente me lancé, y después de montar los gatos de madera y las pulseras, me coloqué mi gorrita y me dispuse a leer.
El libro me enganchó en ese momento pero lo justo. Me explico, durante el primer capítulo despertó mi curiosidad, ya que utiliza un anzuelo genial en las primeras páginas para que te preguntes «¿Pero esto cómo va a ser?»…y después, lamentablemente se vuelve aburrido. Por eso lo dejé arrinconado en una mesita auxiliar del salón. Ahí estuvo mucho tiempo, para recordarme que tenía que leerlo.
Pero me daba una pereza increíble…
Finalmente me puse en serio con ello en el tren. Decidí echarlo al bolso y lo ojeaba brevemente en los veintidós minutos que dura el trayecto desde mi casa hasta mi último trabajo. Entonces sí que conseguí que la historia me llegara, pero creo que más que la historia en sí, lo que me animaba a seguir adelante fue la ambientación de la novela.
Te cuento. Mi actual pareja es de origen francés por parte de madre y, a pesar de llevar ocho años juntos, sólo hemos viajado una vez, en navidad de dos mil doce, al país galo para visitar a su familia. Y ese viaje se produjo en el intermedio entre mi primer intento de leer el libro y el segundo.
En total estuvimos nueve días en Francia. La mayor parte del tiempo la pasamos en un pueblo pequeño llamado Ambleville.
Calle principal de Ambleville.
Que más que un pueblo es algo parecido a lo que en España llamamos pedanía e incluso aún más; un nucleo rural diseminado, es decir, un montón de casitas que han ido creciendo sin ton ni son y que en la mayoría de las ocasiones no tienen muchos servicios alrededor. De hecho en Ambleville no hay tiendas, ni médico ni nada. Sólo hay una parada de autobús con unos horarios que hacen indispensable disponer de tu propio vehículo. Eso sí, cuentan con un castillo digno de películas de terror. Por desgracia el señor que se encarga de su cuidado estaba de vacaciones y no pudimos visitarlo.
Castillo del terror de Ambleville
Finalmente y gracias a mi suegra, pasamos dos noches en París. ¿Qué voy a decir de París que no se haya escrito ya? pues poca cosa, disfrutamos mucho de la estancia en un pequeño hotel en Montmartre e hicimos las visitas típicas. Como anécdota puedo contar que uno de mis primos lleva varios años trabajando y viviendo en París, y estuvimos hablando por teléfono para poder vernos, pero entre los eventos propios de las fechas y que su familia política habían viajado desde Marruecos para visitarle, nos fue imposible concretar un día, así que lo dimos por imposible.
Pero a veces las casualidades ocurren, y justo el día que paseábamos por los Campos Elíseos, me encontré con él. Fue uno de esos momentos en los que piensas «de verdad París tiene que ser mágico». Una pena que sólo pudiéramos disfrutar de la cuidad por dos días.
Rue de la Huchette, cerca de Notre Dame
«No me iré sin decirte adónde voy» es de un escritor francés y está ambientado en París; además, si conoces la ciudad, el libro consigue transportarte perfectamente a sus calles y al ambiente. Sin duda es lo que más me gustó de él.
Por el resto, creo que la frase para definirlo sería: «El libro de autoayuda que quiso ser novela». No deja de ser un libro de autoayuda, eso si, bien disfrazado, con un comienzo intrigante y un final atroellado propio, o copiado, del mismísimo George Lucas.
Foto principal: http://elmundoenlibros.blogspot.com.es/2012/06/de-todo-un-poco.html