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Ángeles anónimos

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Quizá es demasiado ambicioso el título de la entrada, pero fue la primera expresión que se me vino ayer a la cabeza tras presenciar un acontecimiento en el tren. Como cada mañana cogí el cercanías para dirigirme al trabajo, sé que no os lo he contado pero desde noviembre estoy trabajando en una academia, en un puesto que llaman «asesora de formación» y no es más que otro trabajo de teleoperadora, pero trabajo al fin y al cabo y de lo mejorcito que me he encontrado en el sector; pero como decía mi amigo Michael Ende «eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión». La cosa es que iba sentada junto a una señora extranjera, pero de rasgos mediterráneos, me atrevería a decir que se trataba de una marroquí, desde luego llevaba los ojos maquillados al estilo árabe y una preciosa y perfecta melena morena; frente a mí había un chico que pasaría por poco de los veinte y estaba de pie agarrado a una de esas barras del techo.

A menudo paso los viajes observando a la gente e imaginando dónde van y qué van a hacer, otras veces simplemente llevo un libro y leo durante el trayecto. Ayer fue de éstas últimas; estaba leyendo tranquilamente cuando apareció la revisora pidiendo billetes. Al llegar al chico que se agarraba a la barra la conversación discurrió más o menos así:

-Billete por favor

– Aquí tiene – dijo el joven tendiendo su mano con un billete

– Esto no le sirve, me tiene que abonar la diferencia – dijo la revisora mientras sacaba una maquinita de su cinturón. Tecleó algo en la máquina y se dirigió de nuevo al chico – son ocho euros cincuenta.

– Es que no tengo dinero.

– Si no me paga los ocho euros con cincuenta le tengo que denunciar y le pondrán una multa de al menos treinta euros.

– Pero es que no tengo, sino no estaría viajando con ese billete – dijo el muchacho apurado mientras mostraba su billetera vacía a la revisora.

– Mira lo único que puedo hacer es dejar que te bajes en el aeropuerto, que es la próxima parada y ya allí te busques la vida. Eso o te tengo que denunciar si quieres seguir en el tren sin pagar la diferencia – Sentenció ella en tono implacable.

– Vale, vale, me bajo en el aeropuerto y ya veré lo que hago.

Y así finalizó la charla. Ella siguió pidiendo billetes y avanzó a lo largo del tren.

Acto seguido, y sin pensárselo dos veces, la mujer que se sentaba a mi lado se levantó, se dirigió al chico y tendiéndole un billete de diez euros le dijo:

– Ten, yo te lo pago.

El chaval no atinaba a contestarle, se quedó ojiplático, básicamente como todos los viajeros del vagón. Sólo sabía dar las gracias y negar con la cabeza.

Finalmente no aceptó la oferta de la mujer.

Se bajó en la siguiente parada ante la mirada inquisidora de la revisora, que volvió para cerciorarse que se cumplía su voluntad, y no conforme con ver que abandonaba el vagón, ella también bajó del tren, avisó a un guarda de seguridad y le explicó la situación mientras señalaba al chico con el dedo y le pedía al vigilante que lo siguiera para ver qué hacia a continuación.

Sinceramente, por el comportamiento de la revisora tuve la sensación, durante un momento de haber viajado junto a uno de los terroristas más peligrosos…

Cuando el tren retomó la marcha, la mujer que se ofreció a pagar el billete me dijo indignada:

– No sé por qué no me ha dejado pagar su viaje. Cuando necesitas ayuda y alguien te la ofrece tienes que aceptarla.

– Ya, pero el pobre estaba avergonzado y además le has pillado por sorpresa…bueno, a él y a todos, porque yo tampoco me esperaba que te levantaras y le ofrecieras pagarlo.

– ¿Sabes por qué lo he hecho? Porque esta mañana he ido a sacar el bonotren y la máquina no aceptaba los cincuenta euros que intentaba meter, entonces el hombre que estaba detrás mía me apartó y lo pagó él. Ese hombre tampoco me conocía de nada y sin embargo pagó mis viajes de tren para toda la semana, vio que yo necesitaba ayuda y me ayudó. Ahora ya tengo cambio y me sentía en la necesidad de devolver el favor a alguien. Bueno, me bajo, que esta es mi parada…

Y ahí me quedé yo…mirando mi manual de autoayuda y pensando que había aprendido más de esa mujer que de las casi trescientas páginas que había leído en aquel libro. Siempre tenemos la percepción de que «la gente es mala» y que «hay que tener mucho cuidado con la gente», desde luego no estoy diciendo que todo el mundo sea bueno, porque, por desgracia hay personas malas en el mundo, pero también las hay buenas, existen personas desinteresadas que se ofrecen a ayudar a los demás. Eso lo aprendí en el Camino de Santiago, prometo contar la experiencia también otro día, y la vida me lo recuerda a veces; pocas, pero me recuerda que en nuestro día a día existen ángeles anónimos a los que les gusta disfrazarse y pasar desapercibidos, sólo hay que fijarse para encontrarlos. Si lo piensas seguro que tú también te has cruzado con alguno.

Foto:circuloholistico.blogspot.com